Gálatas 5:16-25
Las obras de la carne y el fruto del Espíritu
16 Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne. 17 Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis. 18 Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley.19 Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, 20 idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, 21 envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios. 22 Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, 23 mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley. 24 Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. 25 Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu.
J esús usó la analogía del árbol para enseñar que el fruto revela la condición interior de una persona: No es buen árbol el que da malos frutos, ni árbol malo el que da buen fruto. Porque cada árbol se conoce por su fruto (Lucas 6:43, 44). Hay el árbol bueno, pero también existe el malo; tal el árbol, tal el fruto.
Una mala persona reproduce el mal; una buena persona, hace el bien. Una persona al nacer de nuevo debe dejar atrás su vida de malos frutos y comenzar a manifestar buen fruto. La nueva vida en Cristo se vive en el Espíritu, la experiencia del creyente no sólo comienza sino también continúa por el Espíritu.
Los judaizantes enseñaban que vencer el pecado y agradar a Dios era posible únicamente bajo los mandamientos de la ley mosaica. El apóstol Pablo, cuando escribe a los gálatas, ofrece algo mejor: la vida en el poder del Espíritu. Para el apóstol Pablo, el Espíritu es quien produce en la vida del creyente el fruto apropiado a su nueva naturaleza. El principio básico es: Andad en el Espíritu.
La vida en el Espíritu nos da la victoria sobre los deseos de la carne. Dios espera que su nueva creación cumpla el mismo propósito de la antigua creación: Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad… (Génesis 1:28). La vieja naturaleza no puede producir buen fruto; es la nueva naturaleza la que puede hacerlo.
Los creyentes que andan en el Espíritu experimentan la bendición del Salmo 1:3: Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo, y su hoja no cae; y todo lo que hace, prosperará. El objetivo en la vida de cada creyente es la de llevar fruto. Jesús habló de: fruto… más fruto… mucho fruto… fruto permanente (Juan 15:2, 8, 16). Este fruto contiene la semilla que produce más fruto. Dios dijo: Produzca… árbol de fruto que dé fruto según su género, que su semilla esté en él, sobre la tierra (Génesis 1:11). El Maestro dijo que sus discípulos habían de ser ramas. La única función útil de una rama es la de llevar fruto; la rama no produce el fruto, solamente lo lleva. Jesús dice: En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos (Juan 15:8).
El creyente que procura vivir una vida que agrada a Dios, sabe por experiencia propia que esto implica una lucha interior. Jesús dijo: el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil (Mateo 26:41). El apóstol Pablo también reconoce la lucha espiritual que libra todo creyente: Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis (Gálatas 5:17). Los malos deseos de la naturaleza no redimida están en contra de los deseos de la nueva naturaleza que ahora se tiene en Cristo.
Por esfuerzos propios no podemos vencer los deseos de la carne, necesitamos el poder del Espíritu Santo para hacer morir cada día las obras de la carne. El que decide vivir conforme a los impulsos carnales manifestará en su andar diario las obras que la naturaleza pecaminosa produce. El que vive por el Espíritu reflejará el fruto que se produce por esa relación. El fruto es producido por la naturaleza del árbol.
El apóstol pinta un cuadro de una naturaleza no redimida, y las obras que manifiesta son carnales: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios (Gálatas 5:19- 21). Estos son hábitos pecaminosos que no provienen del Espíritu de Dios; son obras muertas, corruptas. Estos impulsos de la vieja naturaleza tratarán de resurgir en la vida del creyente, por ello se ha de estar alerta. Cada día el cristiano debe hacer morir las obras de la carne y recordar que: los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos (Gálatas 5:24). Los que no dan buen fruto no pueden gozar mucho tiempo de los privilegios de la vida. La Biblia dice que tarde o temprano vendrá el Señor a buscar fruto y si no lo halla la sentencia será: córtala; ¿para qué inutiliza también la tierra? (Lucas 13:7).
¡Qué diferente es la conducta de las personas cuando le permiten al Espíritu Santo reproducir en sus vidas el carácter de Cristo! Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley (Gálatas 5:22, 23). Tanto el sustantivo “fruto” como el verbo “es” están en singular, lo que indica que no son muchos frutos sino uno solo, el del Espíritu. El fruto es santo, procede de la presencia del Espíritu que mora en nosotros: Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él (Romanos 8:9). El fruto se manifiesta en las palabras, en las acciones y en el comportamiento. Así que, si alguien se dice creyente y no refleja el fruto del Espíritu, no tiene derecho de declarar que Jesús es su Salvador y Señor.
La nueva naturaleza se rebela contra la antigua naturaleza controlada por el mal. El creyente debe permitir al Espíritu Santo tomar el control para no rendirse al viejo hombre que tiende hacia el mal. Para Pablo el creyente es nueva criatura en Cristo; por lo tanto, el amor produce más amor, el gozo genera más gozo, etc. El fruto del árbol revela su naturaleza. La salud del fruto demuestra la vitalidad del árbol. El fruto del Espíritu Santo en la vida del creyente ofrece evidencia de que somos redimidos por la sangre de Cristo: Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios (1 Corintios 6:20). Pidamos cada día al Señor que examine nuestro corazón para ser un árbol que da buen fruto.