DE CONSTRUCTORES Y CONSTRUCCIONES — Pbro Guillermo Rodríguez H.

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Hay construcciones que obsesionan por sus detalles y hay quienes se obsesionan en construir para ser admirados por los demás.

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Hay edificios que desilusionan porque en sus proyectos generaron mucha expectativa pero al final no satisfacen esa expectativa y hay construcciones de inicios modestos que vienen a ser grandes y admiradas construcciones. Hay edificaciones inconclusas por el abandono de los herederos que dejaron a un lado los sueños de sus mayores o porque les faltó el recurso financiero para continuar hacia adelante. Las Escrituras consignan a diferentes personajes que se destacan por su vocación de constructores y sus construcciones. Algunas evocables y otras destinadas a la ignominia.

En esta última categoría cabe la torre de Babel (Génesis 11:4). Atentando contra el propósito dispersivo del cielo ellos prefirieron la concentración. Los orillaba el superlativo anhelo de grandeza porque querían llegar al cielo por sus propios medios y para su propia fama. Algo así no trasciende y terminaron confundidos y esparcidos, ejemplo negativo de lo que no conviene: ni desobedecer a Dios, ni ofuscarse por el deseo de grandeza, ni procurar la fama a costa del sacrificio de los principios. Así es mejor no construir.

Pero veamos a otra estirpe de constructores. A esos que dejan huella en la historia redentiva. Hombres de fe que sin buscar la trascendencia ni la fama pero sí la obediencia, son de grato, emulable e imborrable recuerdo porque los marcó el deseo de construir no para ser admirados ni para llenar la expectativa ajena, sino para tener lugares memoriales de comunión, de encuentro, de gratitud, de honra al bendito y eterno Padre nuestro que está en los cielos.

El primero es Abraham, el constructor de altares

El entonces Abram dejó tras sus pasos una estela de fe, obediencia, comunión y adoración, no exenta de sinsabores (Génesis 12:7-10). Es de señalarse que la acción edificadora de Abraham se da en respuesta a la aparición de Dios. Edificar es para él una reacción espiritual. Por eso edifica el que sabe que Dios está en su vida. No es construir un lugar donde pueda ser buscado en el futuro, es hacerlo porque él ya nos halló y manifestó su gracia.

Hay concesiones de Dios que forman parte de nuestra experiencia de vida, de nuestro ayer, del pasado. Empero, otras están en tiempo futuro y las llamamos promesas. Abraham actuó con base en el pasado y confió en el futuro porque estaba Dios de por medio. Actuó con base en sus promesas porque aunque era un ser humano frágil y falible, también fue un hombre de fe. Es en este sentido que paraleliza la primera expresión del Salmo 108:13, que afirma en plena certidumbre de fe: En Dios haremos proezas, sabiendo que no son las proezas del hombre sino las de Dios a través de hombres y mujeres de fe.

Aunque Abraham construyó altares no se aferró a ellos ni detuvo su viaje de nómada con destino final. A personas de su linaje espiritual se les llama en el Nuevo Testamento extranjeros y peregrinos (1 Pedro 2:11). La convicción de la divina presencia anima a dejar atrás altares donde para otros ya es el término del viaje pero sabiendo que se dirigía al lugar de Dios para su familia. Así, luego se pasó de allí; más tarde, partió de allí; es el camino del proceso. No se aferró a lo que tenía, se movió en fe hacia donde Dios lo llevaba. No se camina hacia atrás, vamos hacia adelante, de etapa en etapa.

A veces en ese caminar los problemitas y los problemotas se aparecen. El que no avanza no enfrenta a sus gigantes. No somos buscapleitos. David no fue a buscarle pleito a Goliat, fue Goliat el que hizo pleito al pueblo de Dios. Así que si los problemas nos buscan, que se encuentren con Dios (1 Samuel 17:45). En el caso particular de Abraham: Hubo entonces hambre en la tierra y se salió de ruta, se desvió de su itinerario pero con la marca del altar en sus rodillas y en su corazón. A veces no se entiende pero así sucede. Desviarse no es abandonar, es sobrevivir para continuar avanzando. Hay una alabanza que dice: ‘Dios no nos trajo hasta aquí para volver atrás, nos trajo aquí a poseer la tierra que nos dio. Y aunque gigantes encuentre allá, yo nunca temeré, nos trajo aquí a poseer la tierra que nos da’. Dios nos dé sabiduría para afrontar y sobreponernos a las crisis sin desvíos y dejando que sean convertidas en ocasiones para ser bendecidos.

Génesis 13:1-4 sintetiza esta parte de la jornada. La crisis de la hambruna que asoló, empobreció a muchos y desvió de su itinerario al constructor de altares, lo enriqueció y mucho. Oh, ¿no fue entonces un total desvío? Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien… (Romanos 8:28). Definitivamente, hay crisis que bendicen cuando Dios está al mando. Mándanos, Señor. Pero claro, después de la tormenta, el sosiego. Pasada la crisis, superado el problema, a continuar la ruta trazada, sin disminuirse ni disminuir la gracia que nos rodea, menos el olvido ingrato del ayer: volvió… al lugar del altar… e invocó allí Abraham el nombre de Jehová. Ya vendrán los problemas pero estamos en el propósito de Dios y él nos ayudará.

Levantarse ya implica un movimiento hacia arriba y un lugar más alto. El crescendo del cielo debe de proseguirse. Nada de estatismo ni de parálisis. Génesis 13:17-18 urge en el recuerdo y confirma en la promesa. El reloj de Dios no se detiene, por eso urge con el imperativo: Levántate. No te acomodes demasiado como para sentirte muy confortable, muy bien estacionado. Eventualmente habrá que abandonar la seguridad de la cueva para ponerse bajo el rayo del sol. La comodidad lucha contra la incomodidad. La conformidad contra la inconformidad. Pero, claro, al final lo del principio, un altar de oración, un sitio para la comunión, una marca conmemorativa porque no avanzamos en nuestras fuerzas ni con nuestros recursos, sino con las fuerzas y los recursos de Dios. La trascendencia del pueblo de Dios está en su comunión con el Dios de las proezas.

El segundo es Moisés, el constructor del tabernáculo

La construcción de un lugar de encuentro y de adoración es iniciativa divina, está en el corazón de Dios (Éxodo 25:9).

Semejante lugar no de habitación en el sentido restrictivo de quien reduce su domicilio a una dirección pero sí en el antónimo de punto de encuentro habría de ser y los subsecuentes deben de seguir siendo de acabado primoroso, o sea, excelente, delicado y perfecto. En la medida de los recursos pero nada del ahí se va. Ideas así no compaginan con el deber ser en el trato con Dios. Éxodo 26:1 ordena en un desafío perdurable: Harás el tabernáculo… de obra primorosa.

La construcción mosaica se inicia en la vida devocional, en el monte que es físico pero también figurativo en cuanto a la vida de devoción y a la manifestación de la gloria de Dios: el Sinaí, el Carmelo, el del sermón, el de la transfiguración, el Calvario, el del lugar donde les había ordenado… Éxodo 26:30 manda: Y alzarás el tabernáculo conforme al modelo que te fue mostrado en el monte. La comunión del monte se traduce en la construcción de un lugar de honra y de encuentro.

Los terceros son David y Salomón, constructores de generación a generación

La intención de construir surge en el corazón de David y él transmite su deseo y consulta al asesor espiritual del reino. En ese momento Natán no tiene dirección específica de Dios en cuanto al proyecto, así que le da un consejo general cuyas implicaciones generales son generalmente aplicables. Le dijo: Anda, y haz todo lo que está en tu corazón, porque Jehová está contigo (2 Samuel 7:3). En ciertas encrucijadas de la vida o ante la toma de decisiones, cuando no haya del cielo un rumbo particular por dónde transitar, los de limpio corazón que actúan con limpia conciencia y que guardan su comunión pueden avanzar encomendando sus caminos a la misericordia divina. Si alguna objeción hubiere del cielo, ya nos la hará saber para caminar a la luz de su perfecta gracia.

Aunque a David no se le permite la construcción, Dios le da el diseño del templo (1 Crónicas 28:19). Adicionalmente se le da un anuncio en el contexto de su deseo de construir el templo (2 Samuel 7:11), por cuanto David quiso hacerlo, Dios no pasa por alto esa intención y promete que en cambio va a construirle casa real y a bendecir a su descendencia.

Dios hace pacto con David en el trasfondo de su deseo de construir un templo para adorarlo. Los que tienen ideas para hacer avanzar el reino de los cielos y toman las medidas para concretar sus proyectos, aunque no siempre los vean cumplidos, se topan con la bendición de Dios que los abraza y cobija a sus descendientes.

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Algunos se guardan sus ideas como si fueran tesoro invaluable que no están dispuestos a compartir, para que “no se las ganen”. Están a la espera de alguna señal cósmica para exponerlas. En el caso de David no guarda la idea como secreto de estado ni reclama el derecho de autor ni se empecina en hacerlo. Al contrario, se postra en obediencia gratitud ante el Dios que hace de los cielos su morada.

Más tarde, al entregar la estafeta a Salomón, le hace una serie de serias admoniciones. La primera en 1 Crónicas 28:9. De no ser así, ni hacerlo, porque es por devoción no por obligación. La segunda, Jehová te ha elegido para que edifiques casa para el santuario; esfuérzate, y hazla. Así que le da los planos, oro, plata, bronce, hierro, madera, piedras preciosas, mármol y demás. Es como si le dijera, a ti te escogió para construir pero a mí me dio los detalles de cómo hacerlo. No hay brecha ni confrontación ni discordia ni celos generacionales. Hay suma de esfuerzos (Los cuales incluyen a todos los voluntarios e inteligentes para toda forma de servicio, que no en todas las ocasiones pueden levantar la mano.) y comprensión de la trascendencia de la obra. La tercera: Anímate y esfuérzate, y manos a la obra; no temas, ni desmayes, porque Jehová Dios, mi Dios, estará contigo; él no te dejará ni te desamparará, hasta que acabes toda la obra para el servicio de la casa de Jehová. La importancia de asegurar un desempeño animado, esforzado y laborioso. A veces escasea el recurso. En otras hay todo el recurso pero falta la voluntad. David ya aseguró el recurso y ahora se asegura de que no se ausente el ánimo y la fuerza de voluntad para consumar el proyecto. La generación siguiente debe de recibir lo necesario para continuar con la misión pero eso no exime su ánimo, esfuerzo y trabajo. Así no caerá ni decaerá el avance del reino de los cielos.

Salomón se apropia en el sentido de hacer suya la intención de construir y continúa con los propósitos de David. La construcción se torna entonces en un legado de padre a hijo No hay ruptura generacional sino que los hijos continúan con la obra de sus padres. Así también nos permita Dios hacerlo, para que su gloria descienda y nuestros hijos e hijas se postren en tierra y adoren diciendo: Porque él es bueno, y su misericordia es para siempre (2 Crónicas 7:3). La inmejorable satisfacción del deber cumplido, que liga al pasado para mantener en tiempo presente la bendición.

Los cuartos, Ezequías y Josías, restauradores del templo abandonado

Tan sublime la gloria fundacional del primer templo y tan lamentable el abandono que invadió al santuario. La riqueza de la vida devocional se traduce en un primoroso lugar de adoración. Las ruinas de la devoción derivan en abandono de los santuarios. La tragedia de apartarse de la fe hace que se convierta en ruinas la adoración y el lugar de adoración, el templo de Salomón. No repitamos la historia; hay que pervivir y hacer que nuestros hijos pervivan viviendo con genuinidad la fe genuina.

El paso de los años atestigua cómo la idolatría nuevamente gana terreno en Israel, arruina su relación con Dios y el templo cae en el olvido al grado tal, que es convertido en bodega de inmundicia y finalmente es cerrado. La iniquidad clausura el templo. No para siempre. Llega un restaurador de ruinas, Ezequías, cuyo significado es ‘Dios es mi fuerza’, (2 Crónicas 29:2). El templo lo construyó Salomón pero el artífice fue David. Construcciones y obras sin devoción equivalen a la grandeza humana que se diluye en la historia y cae en el olvido. Las obras materiales palidecen ante las obras espirituales, y Ezequías sigue el camino de David: primero lo devocional y luego lo material.

Abre y repara las clausuradas puertas del templo (29:3); convoca y manda santificarse a sacerdotes y levitas (29:5); guía al pueblo a reconocer sus pecados y a procurar el arrepentimiento (29:6,20,23); limpio el corazón manda limpiar la inmundicia del templo (29:15), y restaura la alabanza (29:26-28). En ese orden, que es como el plan de ruta de la renovación, y con toda la rapidez del caso (29:36).

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La naturaleza predecible del ser humano no basta para evitar caer en los círculos viciosos de iniquidad. Apartarse del ánimo devocional lleva a la ruina espiritual. Es una fórmula que los años de historia le dan el carácter de ley. Así ha sucedido y así sigue sucediendo. Hasta que gente piadosa convierte lo vicioso en virtuoso, como lo hace Josías.

Este restaurador no se contenta con la tragedia espiritual que lo circunda. No busca culpables, busca con devoción al Dios de David su padre y limpia de idolatría y manda reparar el templo. De hecho, dinero sí había pero sin la voluntad de reparar el templo estaba en las manos equivocadas. El relato bíblico está en 2 Crónicas 34:8-10.

Dios ha prometido que si alguien le busca con humillación y clamor le hallará. Josías lo hace y en el proceso hallan el libro de la ley de Jehová dada por medio de Moisés (2 Crónicas 34:14). Mientras más se acerca uno a la divina presencia más se muestra la gloria, el propósito y la bendición de Dios. La historia termina en la restauración del pacto y del templo.

Pues sí, pero con todo eso, la pecaminosidad idólatra del pueblo los terminó matando y exiliando. El templo fue reducido a ruinas. Templo sin pueblo no es templo, es bodega. Templo sin quebrantamiento es museo que recuerda la gloria del ayer y acongoja por la ruina del presente. Dios no quiere templos vacíos, quiere un pueblo que lo busque. Así que si desaparece el pueblo por su infidelidad, ya no tiene caso el templo vacío. En el tiempo de la profecía que Jeremías había señalado (Jeremías 25:11) regresa a la tierra vacía un remanente, para reedificar la ciudad y el templo.

Los quintos, Zorobabel, Esdras y Nehemías, constructores del segundo templo

Esdras 3:6 ofrece el panorama de lo que Zorobabel encabezaba correctamente, porque comenzaron con la construcción de su vida devocional (Esdras 3:6). Es una adoración sin templo pero con lo básico, un pueblo dispuesto a renovar su relación con Dios. Después ponen los cimientos del templo, entre el lloro de los ancianos que recordaban la gloria del primer templo y los gritos de alegría de los jóvenes para quienes no era sino la primera obra que contemplaban. La razón del llanto de los ancianos es la misma que genera alegría en los jóvenes. Unos por lo que dejaron ir y otros por lo que empezaba.

Después, la obra es interrumpida temporalmente por los celos de los enemigos que azuzan a las autoridades para impedir que la construcción continúe. Los profetas Hago y Zacarías reciben palabra de Dios para exhortar a continuar con la reconstrucción. Así dice Zacarías 4:6, No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos. También Hageo 2:9 promete: La gloria postrera de esta casa será mayor que la primera, ha dicho Jehová de los ejércitos; y daré paz en este lugar, dice Jehová de los ejércitos.

Asentada la presencia de Dios con los constructores, y con otras dos oleadas de repobladores encabezadas por Esdras y Nehemías, que suman fuerza devocional, pasión por la obra y un liderazgo excelente, el segundo templo es modestamente concluido (Esdras 6:15-16). Andando los años sumaría su trabajo un hombre que no lo movía tanto su pasión devocional como su megalomanía y su deseo de ser legitimado en el trono a través del populismo que exaspera pero que seduce a las masas.

El sexto es Herodes, el constructor impío

El engrandecimiento y embellecimiento les tomó mucho tiempo. Ante la demanda de señal que los judíos pidieron al Maestro dijo: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré. Dijeron luego los judíos: En cuarenta y seis años fue edificado este templo, ¿y tú en tres días lo levantarás? Mas él hablaba del templo de su cuerpo (Juan 2:19-21). Él tenía entre manos el traslado de la residencia de la gloria de Dios de un templo hecho de manos a otro hecho sin mano (Marcos 14:58). Pero la malignidad del corazón de los Herodes que evidencia una fe fingida y una devoción de pose se deja ver en Marcos 8:15, cuando el Señor Jesús dijo sus discípulos Mirad, guardaos de la levadura de los fariseos, y de la levadura de Herodes.

El significado del nombre es descendiente de héroes y es un linaje que quiso ganarse con obras la redención de eternidad por no comprender la gracia. Mezclaron el populismo del secularismo con la espiritualidad. Hubo cuatro Herodes ligados a la historia bíblica.

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Herodes el grande, amante de las grandezas, fue quien remodeló en grande el templo. Templo grande, espiritualidad enana. Mundano, adúltero, cruel, el templo era su pretexto para agenciarse el favor del pueblo. Construyó el templo de Dios pero no pudo construir el templo de su vida. Los otros fueron Herodes Antipas, Herodes Agripa I (que gobernó en tiempos del Maestro) y Herodes Agripa II (ante quien compareció Pablo).

El rechazo al Mesías y la rebeldía del pueblo los terminó de aniquilar cerca del año 70 de nuestra era, la era cristiana, y el templo fue destruido por el imperio romano. Ahora el pueblo judío está a la espera de que se les devuelva uno de los lugares sagrados del Islam, construido sobre las ruinas del segundo templo, para restaurar su vida litúrgica. Ese es su anhelo porque rechazan al Mesías que en su muerte fue rasgado el velo rasgado para dejar de impedir acercarse a la gloria de Dios, accesible ahora por el gran templo del cuerpo de nuestro Señor Jesucristo.

Por eso Cristo Jesús es el constructor del templo no hecho de manos. Es la señal que les dio a los de su tiempo (Juan 2:19). Ahora su cuerpo es la plenitud de la gloria de Dios. El libro de Hebreos, regresando más atrás de los templos, al tabernáculo, afirma también la superioridad de Cristo Jesús y deja de hacer privativa la gloria de Dios a un solo lugar, ubicándola en esa habitación celestial (Hebreos 9:11). Por supuesto que es importante el lugar de comunión pero es más importante el pueblo en comunión. Ahora el encuentro con su gloria se da donde quiere que se le invoque (Mateo 18:20).

Cristo Jesús, el gran constructor,

ha preparado a cada creyente la construcción de su propio templo (1 Corintios 6:19). Edifiquemos templos pero cuidemos el templo de nuestro cuerpo. Es importante el lugar de reunión porque es reflejo de la vida devocional del pueblo que en él se congrega, pero es más importante edificar n <-1749" class="gmedia-singlepic alignleft" title="Juan JPG Vol2 16592390670802319031 N" /Juan_JPG_Vol2_16592390670802319031_n.jpg" alt="Juan JPG Vol2 16592390670802319031 N" width="960" height="720" />uestro propio cuerpo como templo de Dios. No ver los templos como lugares dativos de gracia sino lugares de encuentro, santificados para el singular fin de orar, alabar, proclamar, servir en el orden litúrgico y fraternizar. Evangelicemos además para relacionar a las personas no tanto con un templo y un sistema, sino a partir de una relación con Dios. Los templos se construyen y se destruyen pero la gloria de Cristo Jesús morando en su Iglesia permanece para siempre. Amén

Fuente: aviva 2015 edición 13

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