E l empleado le habla al cliente con familiaridad; porta una camiseta mostrando en la espalda los valores de la empresa. Entrar a la tienda es agradable. El aroma a café impregna el local, y nadie molesta al parroquiano ocupado en su bebida y su tablet.
Los amantes del café se acercan por el buen producto expendido, pero la atmósfera del lugar −creada deliberadamente por la corporación− también es invitadora. La congregación a donde arribe el nuevo creyente tendrá también una atmósfera muy propia: una cultura organizacional, una personalidad distintiva, un ambiente característico. Paulatinamente, el nuevo creyente se formará a la imagen y semejanza de la congregación que lo recibió. Allí puede desarrollarse y llegar a ser un fiel discípulo de Cristo, dependiendo de los valores, lenguaje, rituales, y normas que absorba.
¿Iglesia saludable?
Pablo ilustra el tema del desarrollo espiritual con la imagen del crecimiento (2 Corintios 5:17; 3:18; Efesios 4:13-15). El recién convertido es el neonato necesitado de una familia que lo nutra adecuadamente; requiere de un ambiente favorable para crecer bien. Un concepto útil para trabajar en la definición de un buen ambiente congregacional sería la iglesia saludable, de Schwartz. Después de estudiar centenares de iglesias, Schwartz menciona ocho aspectos que requieren cultivarse para producir un estado de salud congregacional, a saber: liderazgo capacitador, espiritualidad contagiosa (por supuesto, auténtica), ministerios según dones (el Espíritu de Dios ministrando a través de los creyentes), grupos pequeños (para dar atención pastoral a todos), evangelización según necesidades, relaciones afectivas (según Pablo el amor es lo más importante), culto inspirador (realmente mediado por el Espíritu) y estructuras funcionales (la iglesia tiene un programa que responde a sus necesidades, y no solamente a tradiciones). El nuevo creyente llegará a ser un reflejo de la personalidad esencial de su congregación –la familia que lo recibió cuando nació a la vida- la cual puede ser saludable o enfermiza.
La primera iglesia pentecostal
La iglesia nacida en Jerusalén el día de pentecostés es tomada por muchos como el modelo a seguir. Los 120 discípulos fundadores esperaban la venida del Espíritu de Dios; oraban unidos en obediencia al mandato del Señor. En aquella escena ya se discierne un ambiente, se insinúa lo que será la cultura colectiva de la iglesia primigenia de Jesucristo: obediencia, oración, unidad, fe, unción. Luego viene el Espíritu, y sucede la primera conversión masiva en respuesta al sermón de Pedro. En Hechos 2:42-47 quedó un registro de la atmósfera espiritual respirada en aquella primera iglesia. Sobresalen en este ambiente creado por el Espíritu, la Palabra, y la ministración, el apego a las enseñanzas de Jesús (transmitidas por los doce), nexos relacionales robustos, una fuerte conciencia de la muerte, resurrección y retorno de Cristo, la práctica de la oración, la expresión del poder de Dios en señales y prodigios, la generosidad y el amor expresado de manera concreta en el cuidado del prójimo.
El termostato
El liderazgo es de suma importancia en la creación de un ambiente favorable para el recién convertido. Los Doce se desarrollaron en el ambiente creado por la enseñanza, los actos, y la vida observable de Jesús; once se lograron. El Señor enseñaba la Palabra −espíritu y vida− libre de las ideas que a través de los años habían oscurecido su verdadero significado. Agregado a lo anterior, los discípulos atestiguaron la vida ungida de su Maestro, la total sumisión de la voluntad del Hijo a la del Padre y la evidente comunión entre ambos; observaron en Jesús su intensa vida de oración, su ética de trabajo, la compasión que rezumaba de sus actos, su entrega a la misión, la claridad de enfoque en su visión, su humildad. Jesucristo creó una maravillosa atmósfera a su alrededor.
El Espíritu Santo, y el pastor, quien ministra en el nombre de Cristo, probablemente son el termostato indicado en la generación del ambiente espiritual necesario para el buen desarrollo del nuevo creyente. El aroma del café es agradable, nada más. El olor de Cristo es un olor de vida. Que el aroma de Cristo impregne cada congregación.