LA RESTAURACIÓN DEL CREYENTE — Pbra. Amalia Medina Chacón

No hace mucho tenía este tema en la mesa y un compañero de ministerio me daba sus puntos de vista acerca de cómo es una restauración integral.

Me decidí a poner toda mi atención y saber qué tan correctas eran sus opiniones, no puedo negar que imaginé una actitud hasta cierto punto condescendiente, algo así como: “prefiero tenerte en mi congregación, aunque sé que estás haciendo las cosas mal”; sé que muchos al leer estas palabras identificarán claramente a alguien que actúe de esta manera. Sin embargo, su respuesta y su argumento bíblico me parecieron acertados y bien aplicados.

Antes de explicar su argumento tengo que decir que inició su disertación haciéndome una pregunta, me dijo: ¿Qué pecado será el más grave?, inmediatamente traté de recordar todas aquellas veces que a mi congregación les prediqué acerca de que Dios no especifica si el pecado es grande o pequeño, para él es igual matar a alguien como decir una mentira.

Yo sabía la respuesta, pero la intención de mi colega al hacerme este cuestionamiento iba encaminada a saber qué será más grave en términos de lo humano. Yo sé que para Dios el pecado le es igual, pero a la sociedad no le parece lo mismo una mentira que un asesinato. Pensé detenidamente y contesté diciendo: matar a alguien.

Mi colega me volteó a ver y con dos giros de su cabeza sabía que la respuesta no había sido la que él esperaba. Me llevó al pasaje de Mateo 26:69-75, y me volvió a realizar la pregunta, ¿qué pecado será el más grave?, y prosiguió diciendo: Pedro cometió uno de los pecados más graves desde el punto de vista humano; el pescador había caminado con el Señor, había estado con él, presenció sus milagros, y no sólo eso, también fue testigo de la gloria de Dios en Jesucristo. Por mucho tiempo hemos visto la figura de Judas como una figura demoniaca al entregar al Señor. Sin embargo, Pedro también comete un pecado terrible al negar más de una vez al Maestro, no por algo termina diciendo el versículo 75 que luego de que canta el gallo, Pedro llora amargamente.

Judas tenía oportunidad de arrepentirse y entregarse, Pedro de igual manera la tuvo. Pero uno pensó que lo mejor era quitarse la vida, mientras que el otro decidió que el mejor camino para solucionar su error es la reconciliación con el Señor. Con esto mi colega concluyó su explicación.

Es de todos sabido que la restauración en el creyente es un tema que no muchas veces tomamos en nuestras iglesias, tenemos proyectos para crecer, para evangelizar, para predicar en las cárceles, pero muy poco para restaurar. Actualmente notamos que existe una tendencia alarmante de creyentes y ministros que comenten pecados que no sólo afectan a la congregación sino a la sociedad en su conjunto, y la conducta normal del hombre es castigar y hacer pagar el error, antes de sentarse a platicar y tratar de restaurar como Dios nos ha enseñado.

El caso de Pedro es un ejemplo claro de una restauración asombrosa. Este hombre negó al Señor, es cierto; pero durante 50 días el discípulo pudo pensar bien en el error cometido. El primer paso para una restauración exitosa es aceptar que se ha cometido un pecado que ofende a Dios. Pedro tuvo que vivir con el hecho de que negó a Cristo, pero esto no marcó su ministerio para las futuras generaciones. Aceptó que había pecado en el momento mismo que dejó rodar su primera lágrima.

50 días marcaron la diferencia entre un hombre que niega a su Maestro y un apóstol lleno del Espíritu Santo en el día de pentecostés. No quiero decir con esto que la norma perfecta sea esta; sin embargo, es notable cómo Dios ocupa un período de tiempo corto para hacer que un pecador sea restaurado en amor, justicia y verdad. Hoy vemos que muchos de nuestros hermanos y hermanas son acosados por las tentaciones del mundo y ceden ante ellas. En muchas ocasiones estas personas no pasan por el proceso de una restauración perfecta, sino sólo se les somete a un proceso disciplinario. Si bien la disciplina es necesaria, también se requiere una pastoral adecuada para este tipo de problemas. La actitud que como cristianos

debemos tener, es la misma que muestra un padre con sus hijos. Cuando uno de nuestros vástagos comete un error, no lo manda de por vida a su habitación, tampoco lo exhibe en público para avergonzarlo. Por eso el segundo paso para una restauración efectiva es ver al hermano como a un hijo que ha cometido un error, esto quiere decir que así como Dios nos perdona, nosotros debemos de seguir el ejemplo divino y mostrar la misma clase de amor.

El proceso de la restauración tiene una tercera y última etapa, que es ayudar al caído. Al igual que la parábola del buen samaritano, muchos pasan de largo en esta etapa (hasta los que conocen demasiado la Palabra de Dios). Es necesario levantar al caído y mostrar misericordia. Uno de los ejemplos más hermosos de la Biblia se muestra cuando Jesús se topa con una turba enfurecida que trata de verter todo su dolor y coraje en el cuerpo de una mujer. Ella había cometido un pecado terrible y la ley estipulaba que debían apedrearla hasta morir; sin embargo, Jesús levanta su mirada y le dice a la muchedumbre: el que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella. Jesús perdona los pecados a la mujer cuando le dice ni yo te condeno; vete, y no peques más (Juan 8:3-11). Con esto Jesús enseña que la verdadera restauración se basa en el amor, en la justicia y sobre todo, en la confianza de que el pecador aprendió de su error. Sabemos que habrá personas que no entenderán y cometerán los mismos pecados, pero para estas personas la Palabra dice que debemos tenerles por gentiles y publicanos.

La restauración vendrá como resultado de comprender que las cosas viejas pasaron, pero Dios hace todas las cosas nuevas, y la Escritura menciona que cuando el Señor perdona, echa los pecados a lo más profundo del mar. Dios restaura al pecador y le ofrece una nueva vida por medio de Cristo.

fuente: aviva 2014 edición 12

Acerca de: Pbra Amalia E Medina Chacon

Pastora y lider distrital, ha sido tesorero del distrito sur pacífico y Ministro del Concilio Nacional, escritora de la revista Aviva en 2013

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